martes, 14 de agosto de 2012

Incognita

Tan impredecible como un signo de pregunta
Experiencias nuevas, salen de mis poros.
Sin importarme las reglas, soy.

Sentimientos, son tan solo momentos.
Tan pequeña en tormentas, y tan gigante con tu sonrisa.

Impredecible, se vuelve predecible,
y esa capa aparente, se torna transparente.
Descubro tu luz, tu interior, pero tan solo una parte de ella.
Pienso desesperadamente.

Los momentos se vuelven palabras,
los sentimientos miradas.

Es ahi donde quiero estar,
en esa incognita,
donde todo puede ser.

domingo, 12 de agosto de 2012

Frutas de estación

Esa fruta olvidada en el canasto de las frutas me empezó a mirar el otro martes. Tenia una mirada tan penetradora que la verdad, me asustó. Era como si estuviera enojada de estar ahí, sola, sin nada que hacer. Parecía extrañar esos libros que le gustaba devorar con velocidad, o las conversaciones interesantísimas sobre mundos imaginarios o interpretaciones de sueños que mantenía cuando ella se sentaba arriba del microondas para mirar todo desde el punto más lejano de la casa.


Me dio un nosequé... Recién me daba cuenta que había estado ahí por tantos días, y no es conveniente dejar las frutas tanto tiempo sin prestarles atención, sin comerlas. Por fuera parecía igual, tan fresca como el día que la compré. Pero los poros de su superficie me sugerían que por dentro pasaba algo. 
La curiosidad fue más fuerte que la amenazadora mirada, y me acerqué a tocarla. Me dio una electricidad al acercarme... pero eso aumentó mi intriga. Había un clima de tristeza dentro de toda esa ira que emanaba de la pequeña fruta. La tomé con mi mano izquierda (no se bien por qué, si soy diestra) y creí escucharla... gritar... de dolor. Ante tal comportamiento, mi mano que ya no me pertenecía, la soltó rápidamente y cayó al piso. No hizo ruido esta vez, parecía haber muerto en el momento que la toqué.
Al caer se partió un poco y dejó ver su interior, deteriorado, amarillento y seco. Pensé en los sabores que hubiera probado si no la hubiera olvidado allí, en el canasto de las frutas; en los aromas que mi nariz hubiera captado y guardado en mi interior. O quizás, aquello que ella hubiera querido ser, formar parte de una ensalada, de un postre o un almuerzo, ser la ralladura de una torta, darle sabor quizás.

Pero ahora yace en el piso, ya ni me mira, ni grita, ni huele. Me provocó y se fue, y ahora algo dentro mío no deja de moverse y golpearme por dentro.